lunes, septiembre 17, 2012

La indefendible defensa de Televisa y el PRI

Como si para querer un país mejor fuera necesario carecer de pajas en los ojos y ser intachablemente virtuoso, los enemigos del #YoSoy132 lo observan con lupa en busca de los más mínimos defectos e incongruencias en cualquier persona que se diga formar parte del movimiento que le perdonarían a cualquier otra persona o grupo, y cuando los hallan parecen creer que eso basta para invalidar toda la lucha, todas las exigencias y todos los argumentos. Como si al “perder” el 132, por “default” ganaran Televisa y el PRI, y todo lo que han hecho y hacen fuera legal, moral y bonito.

Pero fuera de las críticas simplonas de siempre al 132 (no es realmente apartidista, no sabe a dónde ir, es intolerante, está manipulado por AMLO, y etcétera), y que puedo comprender por las preferencias políticas, el sesgo ideológico o la desinformación de quien las enuncia, lo que me parece inaudito por su cinismo e hipocresía es el discurso de quienes defienden a Televisa y al PRI ante las críticas del 132 (y de otros muchos grupos y personas que han estado haciéndolas desde hace tiempo). Que se nieguen las acciones corruptas de Televisa y el PRI es una necedad, pero que se defiendan es una indecencia y que se diga que éstas fueron las elecciones más limpias de la de historia de México es un insulto. El propósito de esta entrada no es ya defender al 132 (ni mucho menos a AMLO), sino demostrar que las críticas contra Televisa y el PRI no sólo son válidas sino necesarias.

¿Por qué estar en contra del PRI? Un activista a favor de la equidad racial no puede sino repudiar a un grupo como el Ku Kux Klan, y de la misma manera (salvando las diferencias, claro está) un grupo que se manifiesta a favor de la democracia no puede dejar de repudiar al PRI. Pues en realidad PRI no es un partido como cualquier otro, ni siquiera uno especialmente corrupto. No nació como partido político, es decir, no surgió como un grupo de personas con intereses e ideología en común que se propusieran a conquistar el poder democráticamente y llevar a cabo tales o cuales proyectos. El PRI nació como una herramienta del grupo que ya estaba en el poder para controlar los diferentes sectores de la sociedad. Por eso nunca podrá ser un partido democrático, porque su único ideal es tener el poder.


Sí, existen muchas personas que votan por el PRI y no son ni idiotas ni corruptos (Bueno... Tal vez varios si).
En mi opinión, sólo están equivocados (pero ése es sólo mi punto de vista). Incluso estoy seguro de que existen personas dentro del PRI que son muy honestas y creen que desde adentro pueden hacer un cambio positivo. No es a esas personas a las que se pretende atacar u ofender cuando se repudia al PRI como institución. Después de todo, ha habido gente de lo más decente hasta en los grupos e instituciones más despreciables.

¿Intolerancia? Debemos ser tolerantes y respetuosos con las personas que piensan diferente a nosotros. Pero no tenemos que tolerar las acciones corruptas que dañan al país y destruyen la democracia. No tenemos que tolerar las mafias políticas porque no se tratan solamente de personas con objetivos o formas de pensar diferentes a los míos, sino de grupos, como una asociación criminal, como el Ku Kux Klan, como un colectivo neonazi, cuyo triunfo significaría el debilitamiento de la democracia, y la pérdida de los derechos y libertades de las personas.



Y mientras al #YoSoy132 se le acusa de ser intolerante y difundir el odio, más y más evidencias que vinculan a Enrique Peña Nieto o a sus correligionarios con escándalos políticos y hasta con el crimen organizado, surgen casi todos los días (dos obvios ejemplos, aquí y aquí).

Se pretende defender a la “instituciones” de los ataques de quienes “quieren destruirlas” (por ejemplo, aquí). Pero las instituciones no deben ser un fin en sí mismas; si no cumplen con el propósito para el que fueron creadas deben ser cuestionadas, criticadas y en su debido momento, reformadas o sustituidas. Defender a toda costa instituciones ineficientes o corruptas no ayuda a la democracia. Los que dicen defender las instituciones hacen parecer que quienes las critican quieren destruirlas por completo y en su lugar establecer un régimen en el que un caudillo o la masa gobiernen por decreto. Plantean un falso dilema en el que debemos aceptar un conjunto de instituciones corruptas sin criticar ni denunciar, porque de lo contrario sobrevendrá la anarquía y el caos. Nada más lejos de la realidad: lo que queremos es que las instituciones sirvan a la democracia en realidad, no sólo en apariencia, pues, como ya lo había advertido Aristóteles:


He escuchado un viejo argumento contra el #YoSoy132 y en general contra los que denunciamos del poder de los medios masivos de comunicación y su capacidad para manipular la opinión de las personas: nos preguntan si acaso creemos que toda la demás gente es demasiado estúpida como para dejarse manipular y que nosotros somos tan chingones que somos los únicos inmunes a la manipulación. Bien, no puedo hablar por todos, pero en mi caso la respuesta es SÍ.

¿Soy más inteligente que las personas que se forman una opinión a través de Televisa y TV Azteca? No lo sé, lo más probable es que no, pero sí sé que tengo más conocimientos, que estoy más consciente y que he desarrollado mejor mi capacidad de usar el pensamiento crítico, y que eso es lo que me hace inmune a la manipulación mediática, de la misma manera en que el conocimiento y el pensamiento crítico me hacen inmune a la manipulación de los merolicos esotéricos o de los sacerdotes de las religiones organizadas.

Cuando los críticos de quienes critican a los medios recurren a este argumento, en realidad están usando la falacia de la arrogancia. Si el argumento de una persona implica que esa persona está insinuando ser más lista que otros, el sofista en cuestión atacará por ahí: “lo que dices no puede ser cierto, porque eso significaría que eres más inteligente”, y como a nadie le gusta que una persona pretenda ser más lista que los demás, tal revire pueden provocar que quienes lo escuchan rechacen su argumento, o que el mismo que lo propuso se retire avergonzado. Pero podemos ver fácilmente que esto es un ardid discursivo y no argumento: claro que una persona puede ser más inteligente que muchas otras o, por lo menos, estar en lo correcto en algún punto mientras las demás están equivocadas. Los que defienden a Televisa y al PRI son expertos sofistas, pero aún no he descubierto si es por maliciosos o por estúpidos.

A veces algunos reviran que medios como Proceso, La Jornada o el noticiero de Carmen Aristegui son claramente inclinados a AMLO, y que de ellos nadie se queja. Aquí nos enfrentamos a dos falacias lógicas: una es conocida como “red herring”, en la que se trata de desviar la atención de lo que se discute para caer en otro tema; la otra es conocida como “tu quoque” y consiste en acusar a una persona de lo mismo que esa persona acusa, apelando a la vergüenza para acallar los argumentos del otro. Aún así, hay varios puntos que vale la pena matizar.

En cuanto a Carmen Aristegui, aunque ciertamente se esfuerza en presentar información negativa, primero sobre el gobierno de Calderón, y después sobre el PRI de Peña Nieto, nunca le he escuchado emitir opiniones subjetivas favorables o desfavorables de ningún actor político: se limita a presentar la información tal cual, y a lo mucho podría acusársele de omisión, al no presentar tanta información igualmente desfavorable de los políticos de izquierda (que la hay, pero ningún partido tiene una historia como la del PRI).

En cuanto a La Jornada y Proceso, sería descarado negar que estas publicaciones se inclinan claramente hacia la izquierda. Pero sus parcialidades son producto de la convicción ideológica, no de chanchullos ni pactos con el diablo. Si Proceso expresa una ideología de izquierda no es para meterse en el bolsillo a funcionarios y legisladores que le aseguren exenciones fiscales, o que les permitan concentrar el mercado, o mantener un monopolio casi absoluto, o que les den jugosas concesiones. Ninguno de los dos tiene una telebancada, y no existe una Ley Proceso, ni una Ley Jornada, pero sí una Ley Televisa.


Ninguno de estos medios tiene el alcance ni la omnipresencia de Televisa: sus parcialidades y sesgos, que los tienen, no llegan a tantas personas. Quienes consultan Proceso o La Jornada, lo hacen por decisión consciente, y se tienen que tomar el trabajo de ir a buscarlos al estanquillo (o buscar en Internet) y elegir entre las diversas opciones que ahí se ofrecen, mientras que el que se "informa" a través de Televisa, lo hace porque ésta llega a "producto de gallina" hasta la sala de su casa.

Además, quienes llegan hasta medios impresos como Proceso o La Jornada, y también a medios “de derecha”, como Reforma o Letras Libres, tienen por lo general un mínimo de conocimientos previos y competencias lectoras que no suelen ejercitar quienes se limitan a informarse mediante la televisión, de la misma manera en que muchas capacidades cognitivas están por lo general más desarrolladas en quien lee grandes novelas que en quien ve telenovelas.

Por lo mismo, quienes se acercan a los medios impresos o digitales, tienen mayor criterio para discernir entre la información y la basura, además de que no suelen quedarse con uno solo y pueden complementar la información recibida con muchos, pues tienen una gran variedad de opciones. Yo, por ejemplo, sigo en Internet tanto a La Jornada y Proceso como a Letras Libres (a Reforma no, porque cobra xD). Asi como, a otros medios internacionales (en mi caso locales) disponibles en donde vivo :) Quizá no todos traten de hacerse de un panorama amplio, pero las opciones allí están.

Quien sólo tiene televisión abierta, se queda únicamente con la visión de las dos grandes televisoras. Y sí, es cierto que existen multitud de cadenas locales en los estados de la República, pero éstas se limitan a retransmitir o imitar los contenidos de las dos grandes cadenas, por lo que no constituyen una alternativa real. Argumentar que existe competencia porque hay televisoras locales es o una ingenuidad o una burla cínica.


Finalmente, ninguno de esos medios impresos tiene un poder tal que le permita comprar políticos. Tan es así que ahora mismo el gobierno federal, en aparente contubernio con Televisa, estuvo presionando a MVS para que saquen a Carmen Aristegui del aire (aquí). Mientras, hay quienes acusan de intolerantes y de esparcir el odio a quienes exigen a las dos grandes televisoras que tengan tantita ética y presenten información veraz, completa y lo más objetiva posible.

Hay quien defiende el derecho de Televisa a negociar con el PRI, o con quien quiera, para favorecer a un candidato y asegurar así cuantiosas ganancias. Después de todo, son una empresa privada y tienen derecho a perseguir el lucro. Además, el pretender controlar los contenidos de esta empresa, como quieren hacerlo los del #YoSoy132 sería propio de una dictadura, ¿no?

Aquí nos ponen una falacia más, el falso dilema que se plantea de esta manera: debemos permitir que las corporaciones hagan y deshagan a su antojo y permitiendo sus intereses, sin importar el poder que lleguen a tener, o de lo contrario nos veremos atrapados en una dictadura comunista. Pero no es tan simplón como lo plantean.

Los antiguos atenienses practicaban algo llamado ostracismo, que consistía en expulsar de la ciudad a los habitantes que lograran acumular demasiadas riquezas. ¿Por qué? Porque sabían que cuando un individuo o grupo particular adquirían demasiado poder económico, la democracia se ponía en peligro. ¿Cómo? Simple: tal individuo o grupo podía usar ese poder para manipular la política en su beneficio, eliminando efectivamente la democracia. Los atenienses no les quitaban a estos plutócratas un óbolo de su fortuna, sólo los mandaban a vivir a otra parte.

Claro que tal práctica sería indeseable y hasta barbárica en nuestra sociedad actual, pero no se puede ignorar lo que los griegos sabían hace más de dos mil años: que la riqueza excesiva acumulada en pocas manos pone en peligro a la democracia. Televisa tiene demasiado poder, demasiada riqueza, a un nivel que no pueden ser regulados mediante las sagradas leyes de la oferta y la demanda, de la misma manera en que el sufragio no podría derribar a una dictadura que ya está establecida y consolidada. Tienen que existir mecanismos que controlen el poder que tienen las televisoras para manipular a la población, para comprar políticos, para presionar a funcionarios, para eliminar a la competencia. No es que una corporación no deba tener derecho al lucro, es que su derecho al lucro no puede estar por encima del derecho de los ciudadanos a vivir en una democracia verdadera.


Siendo sinceros, debo admitir que yo no tengo idea de cómo deberían funcionar esos mecanismos (y por lo que he escuchado y leído, nadie del 132 la tiene), y también comprendo a quienes temen que el darle a una institución o grupo el poder de regular los contenidos de los medios de comunicación abre las puertas a la censura y la opresión. Pero no por tratarse de un tema complicado debe sencillamente descartarse, pues ésa es la solución de los perezosos y los conformistas. Es un asunto que debe analizarse y discutirse a profundidad, y eso es precisamente lo que el #YoSoy132 ha logrado: ponerlo en la mesa de discusión. Lo que quieren sus adversarios es guardar el tema otra vez y no volverlo a sacar jamás.

Volviendo a los sesgos y parcialidades de otros medios de comunicación, no se trata de decir que estén bien. Por ética profesional los periodistas deben presentar la información de la manera más verás, completa e imparcial posible; aunque ninguna ley les obligue, deben hacerlo por decencia. Que la neutralidad absoluta sea inalcanzable no es pretexto para tener favoritismos descarados. Eso es precisamente lo que reclama el #YoSoy132, y si sus reclamos se han centrado en las dos grandes televisoras es porque éstas, como ya se ha dicho, son las que tienen mayor capacidad de hacerle daño a nuestra sociedad.


Lo que no es aceptable es que nos quieran convencer de que hacer tratos para favorecer a un político en los medios no tiene nada de malo, que ofrecer monederos electrónicos para ganar votos tampoco tiene nada de malo, que la cobertura favorable de Televisa a Peña Nieto no es desinformación, que nos digan que estas elecciones han sido las más limpias en la historia del país… Si seguimos así pronto se nos querrá convencer que patrocinar a un legislador para asegurar políticas benéficas a quien lo financia es algo completamente legal y bonito.

Sí, es cierto que estas cosas hace mucho que suceden en la práctica, pero por lo menos la poca decencia y dignidad que le quedaba a este país obligaba a que esto se tratara de negar o disimular; ahora corremos el riesgo de que nos hagan aceptarlas como parte ordinaria, e incluso deseable, de toda democracia. Ése es el mayor peligro, uno que no podemos ignorar, y por eso hay que mantener estas críticas presentes y estos temas abiertos. Si dejamos que sean encajonados de nuevo, podríamos perder la oportunidad de volverlos a poner sobre la mesa.