De todas las provincias del país surge el reclamo de exigir que termine la barbarie de Calderón, empeñado en prolongar una guerra que suma 33 mil víctimas y que puede verse de diferentes maneras:
Primero, por el afán desmedido de arrasar con el sistema electoral mexicano, empezando por Michoacán, para intentar alterar cualquier asomo de elecciones legitimas para gobernador, diputados y ayuntamientos que deberán celebrarse el próximo año.
Segundo, continuar el establecimiento de la violencia para que a partir de allí se continúe en estados que pretendan renovar poderes, hasta obtener la joya de la corona: perturbar las elecciones generales en julio del 2012 y hacer que el PAN permanezca anclado en el poder. Si ese lejano pero posible evento se llegará a generar, podríamos encontrarnos frente a la hipótesis de colombianización y provocar que un grupo de guerrilleros “serios” asuma el control de la situación. Ese escenario puede mandar a hacer cola a los dirigentes políticos y sociales que quieran luchar por el poder en el “país de nunca jamás”.
Tercero, la esquizofrenia de Calderón, provocada según sus más cercanos colaboradores por excesos alcohólicos, ha desatado el apetito de empresas transnacionales para saciar su sed de recursos naturales, mientras Calderón se divierte con sus juguetitos de inteligencia que solo logran desviar la atención de la opinión pública hacia lo que verdaderamente nos debería importar, que es nuestra propia sobrevivencia y la de nuestros descendientes.
Cuarto, los que dirigen la política bélica norteamericana saben, desde el Comando Norte del Pentágono, que todos los mexicanos con tres dedos de frente intuyen que los narcos despachan en los mismos escritorios de quienes ordenan a los sicarios, en los mismos zapatos de quienes dirigen la Nación.
Quinto, ante la gran decisión del 2012, hay muchos magnates que tienen la duda de que el delfín elegido por Calderón pueda con el paquete y ya están volteando hacia Washington, Nueva York y Chicago para que desde allí se procese todo un mecanismo político–electoral de cohabitación para continuar enquistados en el poder que por doce años les ha corrompido absolutamente.
Sexto, los chiqueados militares pasan la vergüenza de su vida, sobre todo después de las filtraciones de Wikileaks que ventanea sus disputas palaciegas. Su indigno papel de guardaespaldas de traficantes los ha convertido en simples escoltas del negocio del trasiego.
Séptimo, los altos presupuestos que se destinan a lo que antes era la seguridad nacional, los administra hoy a cuenta gotas un civil, formalmente policía preventivo de nivel federal, que ejerce el papel de concejal de la salud pública, una especie de Robespierre, solo que de muy corta altura, disléxico y tartamudo.
Octavo, los empresarios de cepa están desesperados. La administración de un Presidente que entró a tomar posesión por la puerta trasera de la Cámara de Diputados, no les rindió los frutos que esperaban. El maná no les cayó del cielo, ni de sus responsos. No han podido hacer negocios ni ganar dinero en la medida que lo esperaban.
Noveno, los gobernadores en pie de guerra. Nadie quiere ser engañado como el mandatario de Hidalgo que sudó la gota gorda para endeudarse y cubrir el alto precio de los terrenos ejidales en donde se levantaría la refinería de Tula y se ha quedado con un palmo de frente.
Décimo, el fantasma de la Ciudadela y la tragedia de Huitzilac rondan la casa presidencial. Los carteles mexicanos, nuestro producto de exportación en casi todos los continentes, exhiben ante el mundo a un gobierno incapaz y corrupto.
El aroma de apostasía supera al que despiden los cadáveres decapitados y disemina en toda la estructura e interior de este país que ya no cree en nada, ni en sí mismo.
La Cronica de Hoy (Dec 21 2010)
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